Editorial Cientifica
Resúmen | Introducción| Metodología | Ubicacion en contexto | Etapa Artesanal | Analisis y discucion | Conclusiones

INTRODUCCION:

Desde los comienzos de la humanidad, el hombre buscó incansablemente y a veces sin éxito, dar respuesta a un interrogante crucial: ¿de qué están formadas todas las cosas que existen? En este sentido las ideas sobre la constitución del Universo han dominado la curiosidad humana, se han presentado y repetido obstinadamente en sus reflexiones. Es en este contexto que los primeros rastros de lo que luego constituiría la ciencia química, se hace presente casi simultáneamente con la aparición del ser humano; si bien es cierto no fue concebida desde sus comienzos como ciencia, sus primeros aportes fueron decisivos para su estructuración actual.
Analizar de qué manera las manifestaciones acerca de las ideas sobre la materia y sus transformaciones básicas influyeron significativamente en el nacimiento de la Química como ciencia resulta sustancial para poder comprender y valorar su progreso actual. En este camino, el largo curso del esfuerzo humano para interpretar y, en cierto modo, dirigir los fenómenos de la naturaleza, muestra que las ideas han sido siempre más potentes que la simple habilidad técnica; es por ello que resulta provechoso familiarizarse con las especulaciones del pasado en un intento por recuperar concepciones que por un momento dieron a la química un rostro, una identidad. Identidad que la contempla como heredera de un territorio cuya multiplicidad rebasa cualquier definición a priori y que impone el desafío de construir un perfil que la identifique. Esto no significa renunciar a su autonomía y racionalidad específica a pesar de ocupar posiciones estratégicas pero disputadas y de no acabar de ponerse de acuerdo con su pasado. Nos encontramos ante una disciplina que traspasa las fronteras entre lo inerte y lo vivo, entre lo microscópico y lo macroscópico. Cómo asignar una identidad a una ciencia que parece estar a la vez en todas partes y en ninguna?, y al mismo tiempo, cómo asegurar el dominio de su corpus teórico sólo deteniéndonos en su validación?
Hasta el presente se ha escrito bastante acerca de la evolución de la ciencia química. Por lo general las obras resultantes han transmitido en su mayoría mensajes demasiados generalizadores y abarcativos, basados casi exclusivamente en la descripción de los hechos descuidándose muchas veces el análisis de los mismos. Entre estas obras integrales son muy conocidas las de dos autores clásicos en esta cuestión, universalmente reconocidas como historiadores de la química, estos son J.R. Partington y Aldo Mielli. Sus esfuerzos y contribuciones sin duda alguna han producido la apertura del camino por el que en estos últimos años han comenzado han transitar otros como Salzberg, Stillman, Bensaude, Stengers y Di Meo, entre otros, quienes, desde otras concepciones comienzan a pensar la evolución de la disciplina con otros criterios. Se pasa así desde un esbozo básicamente descriptivo a otro en el que conviven la descripción y la explicación de dicha evolución.
Parafraseando a Bensaude se puede decir que las historias clásicas de la química se estructuran en dos períodos bien diferenciados: una época precientífica y otra científica. A decir verdad esta visión es la que ofrece mayores ventajas al narrador. Permite relatos coloristas, como el de Ferdinand Hoefer, que paseaba a sus lectores por universos de fuertes contrastes. Tras abrirse paso entre matorrales de prácticas más o menos mágicas, símbolos herméticos, culturas exóticas. Hoefer alcanzaba rápidamente la vía triunfal del progreso, la historia “seria” centrada en leyes y descubrimientos experimentales, cuya acumulación daba lugar de manera natural a una multitud de aplicaciones industriales o agrícolas, unas más beneficiosas que otras para el progreso de la humanidad. Hoy en día este tipo de saga nos resulta algo anticuada, pasada de moda, ligada al perfil altivo y sereno que la química enarbolaba en el siglo pasado. En ella se adivinan los vestigios de un tiempo en el que los propios químicos escribían su historia. En el siglo XIX no era extraño ver cómo un químico, a la vez que hacía progresar la historia con sus trabajos y sus investigaciones, se convertía en historiador, en ocasiones en erudito, para así afirmar la identidad de su disciplina y perfilar su imagen ante los ojos del público. En la gran tradición de las historias de la química (desde Thomas Thomson [1830-1831], Hermann Kopp [1843-1847], Adolphe Wurtz [1869], Albert Ladenburg [1879], Marcellin Berthelot [1890], Edward Thorpe [1902], Pierre Duhem [1902], Ida Freund [1904], hasta Wilhelm Ostwald [1906]), el relato del pasado constituía a la vez la proclamación de una ciencia segura de sí misma, tanto de su identidad como de sus éxitos. En la actualidad siguen estando en boga exposiciones de este tipo: pensemos en Francois Jacob, en Richard Feynman o en Ilya Prigogine. Pero en química la innovación actual no conlleva la vuelta del interés por la historia. Es como si el presente ya no pudiera reavivar el pasado de la química. En lo sucesivo la historia de la química la escribirán historiadores profesionales, y de sus manos saldrá totalmente transformada. El corte magistral en estos dos períodos antes mencionados no resistió los análisis minuciosos de textos y documentos (cursos, correspondencias, manuscritos, cuadernos e instrumentos de laboratorio). Los historiadores de la ciencia al pasar por el tamiz de la crítica histórica tanto el trabajo de los científicos ilustres como el de los químicos desconocidos y anónimos, levantaron las capas que cubrían algunos tópicos difundidos en las historias tradicionales y en los manuales de química. Se acabaron las tranquilas certezas acerca de los orígenes de la química, su fecha de nacimiento, su naturaleza y su filosofía. Las fronteras se volvieron más borrosas, móviles, permeables. Panoramas antes claramente distintos, se confunden ahora de forma notable. Sin duda la historiografía iluminó, enriqueció nuestra percepción de los particular, pero a costa de sacrificar la evolución global de la química. Los grandes frescos históricos parecen, sino condenados, sí al menos destinados a la caricatura.
Desde estas perspectivas se hace necesario entonces plantear las cuestiones relativas al objeto de estudio con una mirada que lo contemple desde dos dimensiones simultáneas: una, que implique analizar las ideas básicas relacionadas con la unidad de análisis desde un esquema propiamente disciplinar, y otra que integre la anterior pero que además intente contemplar estas ideas desde un marco que justifique los rasgos que le permiten considerarla como una verdadera disciplina científica.

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